martes, 30 de junio de 2020

LA RESPUESTA DE DIOS



Habían pasado varios días desde que mi amiga nos contó sobre ese caso. Se trataba de una chica que paseaba tranquilamente en su bicicleta, por un camino de una zona montañosa; lamentablemente, ella perdió el control y cayó desde una gran altura. El accidente fue terrible.

Ese instante nefasto cambió los sonidos de su risa por sirenas de ambulancias; y lo que comenzó como un día soleado se transformó, para mucha gente, en una tormenta de lágrimas y miedo que no parecía tener fin.

Con el cráneo fracturado, además de otras muy graves lesiones, los médicos no podían dar a sus familiares y amigos ninguna palabra de aliento ni esperanza; era como caminar en ese “valle de las sombras” del que nos habla la Biblia en el salmo 23; una situación realmente aterradora para todos los que la amaban y temían por su vida.
Su condición era extremadamente crítica; había entrado en estado de coma y ya no había mucho que hacer, solo esperar.

Sin embargo, nada es imposible para quien con su infinito poder creó los cielos y la Tierra, Dios. Por ese motivo, amparados en la fe, nos aferrábamos a las palabras escritas en el mismo salmo 23: “No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo” y seguíamos orando; dando por seguro que pronto veríamos la mano de Dios obrando de manera maravillosa.

Esa tarde, a la 1:25, a petición de mi amiga, mi familia y yo nos unimos a ella en oración.

Ya habían pasado varios días y la chica no salía del coma, ni daba la más mínima señal de mejoría; por lo tanto, dar gracias por su salud carecía de la lógica más elemental. No obstante, así es la fe; es enemiga de la lógica. Significa no dudar, no tener miedo; y declarar con valor y con firmeza la sanidad que tanto se espera, en el Nombre de Jesús.
Pasaron unos días y recibí un nuevo mensaje. En el texto me decían que la joven había despertado; despertando, así también, la esperanza colectiva de que muy pronto ocurriera un milagro.

Esta mañana, como todos los días, me levanté muy temprano para escribir; tomé mi teléfono, mis lápices y agenda decidido a dejar que las hadas, como dice una vieja canción, caminaran de aquí para allá inspirándome cada verso. No había ni siquiera tomado mi acostumbrado café mañanero cuando nuevamente me escribió mi amiga.
Esta vez, el mensaje era un audio reenviado, por lo cual me imaginé que se trataría de alguno de esos bonitos regalos que, hablándome de Dios, mi amiga suele enviarme para alegrarme el día desde el amanecer.

Lo que escuché, definitivamente, provocó que mis ojos se humedecieran y se me hizo muy difícil controlarme para no dejar escapar una lágrima…Era su voz, dando las gracias a Dios y a mi amiga por sus oraciones.

Hablaba con dificultad y se podía sentir que le dolía hacer el más mínimo esfuerzo, pero hablaba. Contra todo pronóstico médico, sobrevivió.

Solo me quedaba dar infinitas gracias a Dios por respaldar nuestra fe, haciendo el milagro que tanto esperábamos…y escribir esta historia.


Carlos Sánchez Martínez.

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