martes, 2 de junio de 2020

Fantasía, capítulo, 1 Parte 5.

Como buen bohemio, Miguel sentía un profundo desprecio por todo lo que tuviera que ver con la banalidad; por eso detestaba su apellido Burgués y siempre se presentaba así mismo ante la gente solamente con su segundo apellido el cual, para su desgracia, también parecía elegante.

A pesar de ser un hombre con muchas cualidades y sentimientos altruistas las cosas casi nunca le salían bien. No era por falta de talento. Se trataba más bien de una lucha interna e inconsciente entre el yo puedo y el no soy tan bueno para eso” que no le permitía atreverse a dar un paso más, ese salto al vacío que, definitivamente, lo llevaría a un nivel superior.

Milagros no había vuelto a saber de él en mucho tiempo. Lo último que supo era que estaba gordo, y que trabajaba como ayudante, cargando bultos, en un almacén de comida para animales; eso fue varios años después del divorcio, un día en que por casualidad se encontró en la calle con “la estúpida ninfómana” que le hizo el favor de dañar su matrimonio el mismo día de la boda, como solía referirse con evidente resentimiento a Ana, y ella se lo contó.

Ana María realmente no era mala, o por lo menos no con el grado de maldad necesario para planificar, maquiavélicamente, destruirle la vida a su, hasta entonces, mejor amiga. Sus compañeras de la universidad le decían “La Vampiresa”, tal vez para bromear con su aspecto de mujer seductora y sus ganas constantes de sentirse deseada por todos.

Se conocían desde mucho antes de la época en que la que a Milagros la llevaban a todas partes en bicicleta. Todos sabían que Ana María tenía un gusto un poquito exagerado por el sexo, de hecho, realmente pensaban que podía ser ninfómana y que escapaba de sus manos la posibilidad de ser menos lujuriosa. Ella siempre les contaba, en sus conversaciones llenas de doble sentido, sobre las experiencias que había tenido con hombres casados e incluso con otras mujeres explorando curiosamente los límites de su sexualidad.

Ana decía, orgullosamente, que una de las pocas cosas que le faltaba por probar en la vida era hacerlo con el esposo de una amiga; además, le entusiasmaba la idea de que esa amiga se animara a probar cosas nuevas y participara gustosamente de su fantasía, lo cual Milagros siempre tomó como parte de los comentarios calientes que “La Vampiresa” solía hacer con el humor negro que la caracterizaba.

Esa fue una de las razones por las cuales Milagros decidió perdonarla, aunque fuera de la boca para afuera, ya que se conocían desde que eran niñas; y aunque nunca más volvió a confiar en ella, de vez en cuando se encontraban casualmente y conversaban, sin tocar nunca el tema de lo que pasó el día de la boda.

La verdad es que Ana había hecho hasta lo imposible para que Milagros la perdonara, inclusive les pagó a varias personas para que borraran las fotos de la boda Milagros de sus páginas de Facebook, pero ya el mal estaba hecho y muchas de esas fotos que le recordaban la traición aún seguían rodando en Internet.

Un día, cuando Milagros se preparaba como todos los días para salir a abrir el salón de belleza, tuvo la sensación de que su vida estaba estancada en un interminable círculo vicioso en el que solo había espacio para el trabajo y la soledad. Se sintió deprimida, recordó por un momento aquellos días en que nunca estaba sola, en que paseaba en bicicleta y su mayor preocupación era el qué dirán.

Nada de eso ya le importaba, hacía mucho tiempo que su imagen de niña buena había quedado en el pasado y por instantes dio muestras de empatía al imaginar lo vacía que debía sentirse Ana cada mañana. Entonces se acordó de la ocasión en que Ana María la invitó a tomar unos tragos en su casa y después de un par de horas, la intentó convencer con sus encantos para que se metiera con ella en el jacuzzi. En ese momento, solo por un pequeño instante, lamentó haber dicho que no.

Ese día no quiso ir a trabajar, la depresión no la dejó. Tampoco fue al día siguiente, ni el otro; así pasaron varios días en los que se dedicó a compadecerse de ella misma y de lo miserable que era su vida.

Una noche, después de varios días de lágrimas y largas horas encerrada en su cuarto recordando el pasado, quizás por primera vez pensando en su futuro, Milagros tomó una decisión que definitivamente cambiaría su vida para siempre.

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