...Tal vez por eso, ni ella misma se podía imaginar
que lo que se suponía debía ser el momento más feliz de su vida se convertiría
al final en el recuerdo más vergonzoso y la causa de todo su rencor.
Parecía que todo iba a ser como en un
cuento de hadas. El pastel de bodas, cubierto de fresas con crema tan grandes
que parecían ser solamente parte de la decoración, medía casi un metro de
altura; tenía dos figuritas de cera que representaban la unión eterna de los
recién casados; y el grupo de música bailable que su padre contrató amenizó la
fiesta y puso a bailar a todo el mundo. Todo había salido perfecto. Hasta que
después de las dos de la mañana, y luego de buscarlos por más de veinte minutos
por toda la casa, encontró a su infame esposo, precisamente con la amiga que
los presentó, encerrados con llave en aquel cuarto donde antes, tantas veces y
a escondidas de sus padres, a ella le había hecho el amor.
De aquella “amiga” podía imaginarse algo
como eso, ya que su mentalidad era bastante liberal, y parecía tener las ganas
alborotadas todo el tiempo. Era una mujer muy atractiva, no muy alta, de
cabello castaño más o menos ondulado, con un cuerpo muy sensual y una mirada
pícara con la que ya en el pasado había embrujado a varios hombres y a una que
otra mujer de mente abierta como ella.
Tenía un magnetismo casi animal al que
de verdad no era fácil resistirse. Luis Fernando, por el contrario, había
demostrado una conducta tan intachable durante esos dos años de noviazgo, que
no terminaba de convencer a la personalidad dominante y desconfiada de su mamá,
quien cada vez que veía la oportunidad le recordaba a ella que no se podía
confiar en los hombres, como si quisiera transmitir a su hija su propia
frustración y su amargura injustificada.
El instante mismo en que ella abrió la
boca de asombro, cuando su mamá utilizó la llave de emergencia para abrir la
puerta del cuarto, y delante de todos sus invitados vio salir a Luis Fernando
con la camisa mal abotonada y a su amiga con una sonrisa de satisfacción y el
escote mucho más abajo de lo que las costuras del vestido podían soportar, quedó
inmortalizado para siempre en el Facebook de varias personas invitadas esa noche.
Desde ese momento se alejó de todo el
mundo, se había jurado no volver a creer en los hombres y también prefirió
quedarse sin amigas.
Ni siquiera su padre se salvó de su rabia,
la noche en que le gritó en la cara que su sonrisa parecía tan falsa como las
tetas recién operadas de su madre, cuando le llevó a su cuarto algo de cenar y
la encontró llorando frente a la computadora.
Él no le dijo nada, entendía que su
dolor era tan grande que no la dejaba ver con claridad que estaba frente al
único hombre que la había amado con locura desde aquella noche lluviosa en que
vio por primera vez sus ojitos verdes. Se limpió rápidamente las lágrimas que
alcanzaron a escaparse de sus ojos y sonrió con una mirada triste, sin decir
otra cosa más que «duerme bien mi princesita», como le solía decir
cariñosamente.
Ella no se conmovió, siguió mirando, con
una desconcertante indiferencia, los productos en Amazon que pensaba comprar
con la tarjeta de crédito de aquel hombre al que le acababa de romper el
corazón.

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