Cada mañana, a las 7 AM, nos veíamos en la
plaza para caminar juntos un rato, mientras nos contábamos todo, y conversábamos,
riendo, sobre esas bombillas que aparentemente solo servían para adornar el
parque.
Ese día, mi corazón latía mucho más fuerte
que de costumbre; ya semanas atrás había tomado la decisión más grande de mi
vida; busqué el anillo más hermoso y lujoso que en mi condición de humilde
escritor podía pagar. Lo tenía guardado en la gaveta de la mesa de noche, adentro
de una cajetilla de cigarrillos que sabía ella jamás iba a tocar, por su casi
patológica repulsión a todo lo que, según su criterio, representara un vicio.
Tal vez por eso me enamoré…perdidamente, sin querer darme cuenta de que nunca
la podría alcanzar.
Carlos S.

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