En el año de 1889, los habitantes
de París, en Francia, estaban de fiesta por la inauguración de la obra arquitectónica
más importante, hasta esa fecha, en todo el mundo: la famosa Torre Eiffel, en la
apertura de la Exposición Universal de París.
Por aquellos días, vivía en la
ciudad una familia numerosa de muy bajos recursos. El padre, Philippe Dumont, trabajaba como vendedor callejero
de pan, ya que había aprendido de sus abuelos el antiguo y digno arte de la
panadería.
Pauline, su mujer, se encargaba de
cuidar a sus cinco hijos; tratando de darles una buena educación, aun en medio
de la pobreza.
Jean-Paul, de 12 años era el mayor.
Tenía un increíble talento para el dibujo, y ayudaba a sus padres a conseguir
algunas monedas vendiendo los bocetos que realizaba sobre los lugares
turísticos más visitados de París como La Torre Eiffel o la Catedral de Notre
Dame, en donde, según él mismo decía, había logrado ver en una oportunidad al
Jorobado, quien siempre aparecía de manera disimulada en todo lo que dibujaba,
como si fuera su sello personal.
Después venía Lorette su segunda
hija. A sus 10 años, ya soñaba con ser una famosa bailarina, pero sus padres no
tenían el dinero para inscribirla en clases de ballet, por lo cual la niña
vivía amargada y solía pelear con sus hermanos hasta por las cosas más simples
e insignificantes, demostrando, además, sus grandes cualidades para la
actuación y el melodrama.
La pequeña Charlotte tenía 7 años,
y era la ayudante principal de su madre en todas las labores de la casa.
Cocinaba y limpiaba mucho mejor que su hermana, y siempre estaba dispuesta a
colaborar para mitigar un poco las preocupaciones de su padre.
Jean-Pierre, por otra parte, era el
más travieso de todos. Con apenas 5 años había demostrado asombrosas cualidades
para aprender todo lo que le parecía interesante. Como sus padres no contaban
con lo necesario para poder enviarlos a la escuela, Jean-Pierre estudiaba y
aprendía con la ayuda de Philippe, su papá, todo lo que decían los diarios que
encontraba tirados en la calle, gracias a su extremada facilidad para retener
conocimientos.
El más pequeño de todos se llamaba
Gerárd
y tenía solamente 3 años.
Ocurrió que un día, en que la
familia había salido a ofrecer sus panes a los miles de visitantes que llegaban
de todas partes del mundo para admirar el maravilloso monumento de la torre,
una fuerte discusión comenzó entre varios de los hermanos. Todo empezó porque Lorette
y Charlotte se peleaban por ir de la mano derecha de su madre, lo que causó la
intervención de Jean-Paul, su hermano mayor, quien muy indignado, les reclamó
su falta de colaboración ante el inmenso esfuerzo que hacían sus padres para
poder llevar comida a la casa.
En ese momento, mientras Philippe
llevaba en sus espaldas un saco lleno de pan fresco e intentaba hacer que el
bebé dejara de llorar y que Jean-Pierre no se soltara de su mano, en medio de
tanta gente, Pauline perdió la paciencia y les gritó muy fuertemente a sus dos
hijas. Esto ocasionó que Charlotte se pusiera a llorar muy triste y ofendida,
pero su hermana mayor, Lorette, que era más rebelde y de carácter explosivo,
salió corriendo en medio de la multitud.
Al ver la reacción de su hija, la
madre corrió rápidamente para alcanzarla, llevando a Charlotte agarrada de su
mano, pero en medio de la confusión, al ver a su esposa y sus hijas desaparecer
entre tanta gente, Philippe tropezó con una piedra y cayó al piso, dejando caer
también el saco con los panes, los cuales se regaron por toda la calle.
Sumergido en la desesperación, tratando
de recoger el pan y de evitar que la gente lo pisara o le robara todo, con el
pequeño Gerárd en sus brazos, Philippe perdió de vista a Jean Pierre.
Cuando la madre y las dos niñas
regresaron, encontraron a Phillipe y a Jean-Paul, con los ojos bañados en
lágrimas, y una expresión de desconcierto, mientras gritaban entre la gente el
nombre de su pequeño de 5 años.
En ese momento, comenzó la tarea
más triste y angustiosa que la familia había tenido que enfrentar, encontrar al
niño en medio de una cantidad de personas jamás antes vista en la Ciudad de la
Luz.
Nada podía ser peor para la familia
Dumont,
entre la música de los acordeones y las risas de la gente que caminaba
maravillada ante la imponente Torre de más de 300 metros de altura, ellos
buscaban desesperadamente al niño.
El pequeño Jean-Pierre era muy
curioso y estaba fascinado con la idea de llegar un día a ser maestro. Por esa
razón, su mayor sueño era asistir a la escuela para poder aprender. En el
momento en que su padre y su hermano se agacharon a recoger el pan, el pequeño
niño vio, en la vitrina de una librería cercana, un libro enorme que tenía en la
portada un mapa con todos los países del mundo, y no pudo evitar la tentación
de acercarse a mirar.
El dueño de la librería era un
hombre mayor; su mal temperamento y su desprecio hacía los pobres eran producto
de una vida llena de frustraciones debido a su incapacidad para procrear por una condición médica que él interpretaba como una injusticia de la vida o un
castigo de Dios.
Al ver al niño poniendo sus manitos
sucias sobre el cristal, para poder mirar bien los libros, el hombre salió de
la tienda con una gran regla de madera amenazando a Jean-Pierre con pegarle y
llamar a la policía, mientras le gritaba que era un mugroso ladrón.
El niño se asustó mucho; por ese
motivo salió corriendo con tanta fuerza para no ser alcanzado, que olvidó el lugar
exacto donde habían quedado su padre y sus hermanos recogiendo el pan. Intentó
varias veces regresar al mismo sitio, pero las calles de París parecían
repetirse una y otra vez, con el mismo mar de gente que le daba la sensación de
estar caminando en círculo.
A pesar de que Jean-Pierre era un
niño muy precoz y demasiado inteligente, su inocencia no le permitía aún reconocer
la maldad de las personas; por eso comenzó a preguntar a la gente que pasaba si
habían visto a un hombre vendiendo pan con un bebé cargado en brazos.
La mayoría de las personas a las
que preguntó lo trataron con desprecio; eran egoístas; estaban demasiado ocupadas
divirtiéndose y disfrutando de la Exposición, como para atender las necesidades
de un niño pobre. Muchos lo empujaban y otros simplemente ignoraban su
angustiosa solicitud de ayuda.
Dos hombres con aspecto elegante se
acercaron a Jean-Pierre, diciéndole que habían visto a sus padres y que lo
llevarían con su familia. Jean-Pierre accedió y se fue con ellos de la mano.
Pero el niño comenzó a desconfiar de la buena intención de aquellos hombres que
miraban para todas partes con evidente nerviosismo.
Entonces, el pequeño les dio una
falsa descripción sobre su padre para poder saber si los hombres decían la
verdad. Uno de ellos, al percatarse de que el niño estaba sospechando, le
apretó muy fuerte la mano diciéndole —¿Te crees muy listo niño? — En ese
momento Jean-Pierre mordió la mano del hombre y pateó la rodilla del otro, pudiendo
soltarse y correr para escapar del peligro.
Unas calles más arriba, sus padres
también preguntaban desesperados si alguien había visto a un niño pequeño; pero
lo único que encontraron fueron las burlas de personas indolentes que los
despreciaban por su apariencia humilde.
Después de casi dos horas de estar
buscando Pauline tuvo una idea; pensó que su pequeño hijo era lo
suficientemente inteligente como para encontrar el camino a casa, la cual
quedaba a unas diez calles de la Torre, a las orillas del rio Sena.
Se dividieron entonces; Philippe siguió
en las calles buscando al niño, junto con Jean-Paul, mientras Pauline se iría,
con el bebé y las dos niñas, a esperar que Jean-Pierre regresara a la vieja casa
alquilada donde vivían.
En su desespero, motivado por su afán
por encontrar a su hijo lo antes posible, conociendo muy bien los peligros de la
calle, Philippe causó incomodidad a muchos de los
elegantes visitantes al evento. Un caballero de fina estampa y su esposa dieron
aviso a cuatro policías que se encontraban en la parte de abajo de la Torre, la
cual servía de entrada para la Exposición Universal de París.
Los agentes de seguridad se acercaron
a Philippe, quien al verlos venir se alegró pensando que al fin la ayuda había
llegado; pero en vez de eso lo acosaron con preguntas pidiéndole su permiso
sellado para vender panes en la calle. Philippe se exasperó por la actitud
despótica de los policías y discutió con ellos. Uno de los policías intentó
entonces esposar a Philippe, quién reaccionó empujándolo al piso, lo que
ocasionó que lo llevaran preso, sin importar el llanto y las súplicas de
Jean-Paul quien trató, sin éxito, de explicarles todo lo que les estaba
sucediendo y la reacción de su padre.
Jean-Paul corrió a casa para
contarle a su madre lo que había pasado. Pauline no se permitió llorar delante
de sus hijos; les dijo a las niñas que cuidaran muy bien a Gerárd y se fue con
su hijo mayor a la estación de policía. Al llegar, rompió en llanto al ver a su
marido encerrado como un animal, pero por más que suplicó no lo quisieron
soltar; por el contrario, le dijeron que tenía que permanecer tres días detenido
o pagar una fianza de 20 francos.
Ellos no tenían esa cantidad de
dinero, pero de alguna manera debían conseguirlo. Jean Paul le dijo a su madre
que iba a vender sus dibujos de París y Notre Dame con su famoso jorobado en la
entrada de la Torre Eiffel para conseguir el dinero de la fianza, y así lo
hicieron. Mientras Pauline seguía tratando de encontrar a Jean-Pierre por toda
París, su hermano Jean-Paul se paró en la entrada de la Torre para vender sus
dibujos y reunir el dinero para sacar a su padre de la cárcel. Los ofrecía a 3
francos cada uno y logró vender tres de ellos; pero aún necesitaba mucho dinero
y la preocupación por su familia lo embargaba más cada segundo.
De repente, un señor de cabellos
blancos y traje muy lujoso se acercó con su sirviente para mirar los dibujos
del muchacho. Jean-Paul le contó su historia y no pudo evitar que una lágrima
se le escapara. Aquel hombre se compadeció del niño, ya que le recordaba mucho
a un hijo con el que había discutido hacía muchos años, porque nunca pudo perdonarle
que se hubiese enamorado de una mujer de clase pobre.
—Te los compro todos — le dijo el
caballero a Jean-Paul. — Y quiero que me lleves a donde tienen a tu padre.
El buen hombre llevó al niño a sacar
a Philippe de la cárcel; pero al verlo no lo podía creer; entendió ese impulso
incontrolable que lo había llevado a acercarse a aquel niño en la puerta de la Torre:
Philippe era el hijo que había buscado por tantos años.
Los dos hombres se abrazaron y
lloraron de la emoción, el destino los había unido nuevamente en las
circunstancias menos pensadas. Pero aún faltaba encontrar al pequeño Jean-Pierre.
Habían pasado más de cinco horas
desde que lo habían perdido; Sir Gerárd Vincent Dumont, su hijo Philippe y su
nieto Jean-Paul se disponían a salir acompañados de una comisión de la policía
para tratar de encontrar al niño, cuando un grito en la distancia los detuvo: —¡Papá aquí estoy! —gritó nuevamente Jean-Pierre,
—¡Papá!
Ese
lunes, 6 de mayo de 1889, mientras Gustave Eiffel era condecorado en lo alto de
la Torre que lleva su nombre, la familia de Jean Pierre Dumont aprendió una
gran lección. Pasaron los años y, con la ayuda de sus padres y hermanos;
gracias al apoyo su abuelo, Jean-Pierre se convirtió en un gran maestro y llegó
a ser director de una escuela para niños de
bajos recursos, en las afueras de París.
FIN.