sábado, 30 de mayo de 2020



Milagros parecía indiferente a las dolencias de su padre; estaba demasiado ocupada autocompadeciéndose como para entender que ella misma era la causa principal de las angustias del viejo.
En un nuevo intento por reanimarla, su papá habló con un amigo que tenía una hija que era abogado y especialista en adopciones.
A pesar de su corta edad, Angélica Díaz era toda una eminencia en esos temas. Su belleza y juventud le daban un aire de presentadora o actriz de televisión que la hacían una mujer muy interesante. Pero a la vez, irradiaba una paz y una espiritualidad tan sublimes que provocaban una limerencia incontrolable. Anselmo invitó a cenar en la casa a su viejo amigo, Víctor y su hija; con la intención de que Milagros y ella se conocieran y de esa manera poder ayudarla con sus planes de adopción.
Después de conocerse, se hicieron buenas amigas. Milagros no estaba acostumbrada a rodearse de gente sincera, así que le costó mucho poder darle su confianza y abrir, con Angélica, su corazón. Ella, por su parte, hacía todo lo posible por ayudarla con los aspectos legales, pero a la vez trataba de llenarla de fe hablándole de Dios.
Milagros la escuchaba, pero le costaba creer en sus palabras; para ella el amor era todo lo contrario a lo que Angélica le contaba que decía en la Biblia.
Durante varios meses se reunieron en la oficina del salón de belleza o en un café y conversaban sobre las opciones que Milagros tenía para optar a ser madre adoptiva, pero cada día parecía más difícil. Las leyes eran muy estrictas sobre la adopción en caso de ser madre soltera; y milagros ni siquiera contemplaba la posibilidad de volverse a casar.
Una tarde de junio Angélica le dijo que su solicitud, definitivamente, había sido rechazada. Milagros desistió de la idea de adoptar; y se alejó totalmente de la única amiga sincera que había tenido en su vida.

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