Milagros estaba decidida, a toda costa, a tener su
hija, pero su edad ya no la favorecía para la adopción; mucho menos para pensar
en ser madre biológica. El amor para ella era una gran mentira; una que había
mantenido a sus padres atrapados en una vida infeliz para satisfacer a una
sociedad, a la que realmente ellos nada le importaban.
Una noche, mientras revisaba, una y otra vez, sus
correos electrónicos con la esperanza de que alguien se acordara de ella,
Milagros vio, en el Instagram de una revista digital, la historia de una
familia que había adoptado un hijo.
El artículo narraba los hechos con impresionante
exactitud, era tan descriptivo que le recordó a una novela de García Márquez
que su padre siempre le leía cuando ella era pequeña, en la cual todos los
protagonistas se llamaban igual.
Pero lejos de disfrutar la lectura, sus dudas
comenzaron nuevamente; ya que en el caso que narraba el escritor de la nota de
prensa, el niño al crecer asesinaba a sus padres adoptivos; supuestamente por
un desorden mental de nacimiento sumado a algo que llamaban el “Efecto
Estocolmo”.
Otra vez la depresión se apoderó de ella. Pero ahora
de una manera diferente. Parecía un robot autómata carente completamente de
emociones, realmente todo le daba igual.
Ni siquiera quiso poner la denuncia cundo su madre le
informó que había descubierto a una de las empleadas del salón de belleza
sustrayendo dinero de la caja chica. —Mamá, has lo que se te de la puta gana, a
mí déjame en paz— le respondió, sin ni siquiera mirarla a la cara.
Don Anselmo no soportaba verla así. Todas las mañanas
la despertaba temprano con un cafecito caliente y el desayuno para tratar de
animarla, pero todo era inútil. El viejo poco a poco también se deprimía porque
no encontraba la manera de ayudarla. Eso le ocasionó inapetencia e insomnio por
el estrés y las preocupaciones; lo cual a su vez terminó por activarle una
gastritis severa que años atrás había desaparecido con medicina natural.
Pasó varios días en cama, pues el dolor a veces era
tan fuerte que se doblaba en posición fetal para tratar de encontrar el alivio que ahora el jugo de sábila no lograba calmar. En esos días no se abrió el
restaurante.

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