domingo, 31 de mayo de 2020



Milagros estaba decidida, a toda costa, a tener su hija, pero su edad ya no la favorecía para la adopción; mucho menos para pensar en ser madre biológica. El amor para ella era una gran mentira; una que había mantenido a sus padres atrapados en una vida infeliz para satisfacer a una sociedad, a la que realmente ellos nada le importaban.

Una noche, mientras revisaba, una y otra vez, sus correos electrónicos con la esperanza de que alguien se acordara de ella, Milagros vio, en el Instagram de una revista digital, la historia de una familia que había adoptado un hijo.

El artículo narraba los hechos con impresionante exactitud, era tan descriptivo que le recordó a una novela de García Márquez que su padre siempre le leía cuando ella era pequeña, en la cual todos los protagonistas se llamaban igual.

Pero lejos de disfrutar la lectura, sus dudas comenzaron nuevamente; ya que en el caso que narraba el escritor de la nota de prensa, el niño al crecer asesinaba a sus padres adoptivos; supuestamente por un desorden mental de nacimiento sumado a algo que llamaban el “Efecto Estocolmo”.

Otra vez la depresión se apoderó de ella. Pero ahora de una manera diferente. Parecía un robot autómata carente completamente de emociones, realmente todo le daba igual.
Ni siquiera quiso poner la denuncia cundo su madre le informó que había descubierto a una de las empleadas del salón de belleza sustrayendo dinero de la caja chica. —Mamá, has lo que se te de la puta gana, a mí déjame en paz— le respondió, sin ni siquiera mirarla a la cara.

Don Anselmo no soportaba verla así. Todas las mañanas la despertaba temprano con un cafecito caliente y el desayuno para tratar de animarla, pero todo era inútil. El viejo poco a poco también se deprimía porque no encontraba la manera de ayudarla. Eso le ocasionó inapetencia e insomnio por el estrés y las preocupaciones; lo cual a su vez terminó por activarle una gastritis severa que años atrás había desaparecido con medicina natural.

Pasó varios días en cama, pues el dolor a veces era tan fuerte que se doblaba en posición fetal para tratar de encontrar el alivio que ahora el jugo de sábila no lograba calmar. En esos días no se abrió el restaurante.

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