Es difícil hablar de
lo que no se recuerda; en esos momentos, la memoria se hace más humilde y no
queda otro camino que pactar con la imaginación…
Hace muchos años, en
un valle muy hermoso donde abundaban las flores y los pastos eran verdes, una
pequeña semilla abrió sus ojos y vio por vez primera la luz del sol.
Así fue creciendo;
feliz y confiada, bañada por las nubes y abrazada por la Madre Tierra. Con el
pasar de los días y los años llegó a ser muy grande e imponente; tanto que se
convirtió en el árbol más hermoso del lugar.
Pero aquel valle
también fue cambiando. El hombre, con sus máquinas ruidosas que excavaban y
derrumbaban todo a su paso, cambió los colores del verde pasto por calles de
cemento y la paz de otros tiempos por el ruido incesante de una gran ciudad.
Sin embargo, el árbol
de la historia se salvó de ser talado. Un parque construido al lado de unos
edificios color ladrillo sirvió de refugio para aquel gigante que ya pasaba,
por mucho, los cincuenta años de edad.
Pero el corazón de
nuestro árbol aún era joven. Reía con los abrazos del viento y las caricias de
la lluvia. De tanto esforzarse por dar frutos y sombra, poco a poco, comenzó a
amar a la gente. Se sentía orgulloso de llevar en su tronco las marcas y
cicatrices que, con forma de corazón, dejaban en su piel los enamorados. Amaba
las risas y los juegos de los niños y recibía con cariño a los loros,
guacamayas, periquitos, ardillas, iguanas y toca clase de insectos que lo iban
a visitar.
Muy cerca del lugar
donde estaba plantado el árbol había un pequeño riachuelo. Allí, la mayoría de
los animales y nuevos arbustos sembrados en el parque se nutrían de sus
cristalinas aguas.
No obstante, el viejo
y bondadoso gigante jamás se ocupó de extender sus raíces para buscar de aquel
líquido vital, ya que esperaba con ansias el día en que la misma gente a
quienes tanta sombra y frutos había dado, volverían para regarlo y acompañarlo
en señal de cariño y agradecimiento.
Aunque parezca muy
triste e inmensamente injusto, eso no pasó. Pero sí pasaron los años…
Un día, cuando
aquellos primeros niños que jugaban a subir en sus ramas ya eran abuelos y
aquel hermoso parque de antaño se había convertido en un gran estacionamiento,
una briza muy fuerte, que había despertado con el pie izquierdo, azotó muy
bruscamente las ramas del árbol desprendiendo sin piedad algunas de ellas.
Entonces, aquel que
durante tanto tiempo fue ignorado se convirtió nuevamente en el centro de todas
las miradas. Las ramas que cayeron dañaron ligeramente la pintura de los autos
que habían estacionado cerca del árbol.
Por fin, como tantas
veces lo había soñado, el árbol vio mucha gente que se acercaba a él, pero no
para cuidarlo ni darle compañía.
Una lágrima de sabia
corrió por el viejo y cansado tronco, al escuchar el ruido de las sierras,
mientras el árbol caía lentamente y veía por última vez la luz del sol.
Solo un anciano, que
miraba entre la gente, sintió compasión y exclamó: ¡Realmente, era un árbol muy
hermoso!
Fin

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